miércoles, 31 de agosto de 2011

VIII

Desvelo

Pongamos que hablo de amor y del sonido de tu voz. Del eco fuerte que repercute en mi corazón y se extiende hacia cada vértice de mis tejidos. Pongamos que hablo de amor y de la fuerza que desprende tu mirada. De la locura que se desata en mi fuero interno si me adentro en tus pupilas. Caigo, y no recuerdo quién soy, ni quién fui antes de caer. Olvido mis actos. La profundidad aquí abajo es tan latente que se asemeja al sueño. Y yo soy un soñador atrapado en su propia realidad. Las palabras fluyen y juegan conmigo. Las observo bailar y desvanecerse. Todo aquí es distinto. Pongamos que hablo de amor y de tu risa. La carcajada convertida en melodía.  Serena, limpia, sincera. Pongamos que hablo de amor y agito mi corazón como bandera. Pongamos que yo soy un loco, y mis palabras, fruto de mi cordura.

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No, hoy no es domingo. Pero os dejo esta sorpresita fruto de mis días trasnochadores.
Parece ser que tanto mi lado periodístico como literario están equilibrándose de nuevo. Vuelvo a la carga.

domingo, 28 de agosto de 2011

VII


No puedo negar que me gustaba imaginar cómo serían todos aquellos hombres rendidos ante el inevitable juego de seducción que se procesaba en el burdel de Madame Morgana. Suponía algo tan fascinante para mí que al poco tiempo se convirtió en uno de mis pasatiempos predilectos. Me resguardaba allí, copa en mano y mirada al frente, contemplando de vez en cuando el ir y venir que se producía. Era un ritual que se repetía noche tras noche, sin interrupciones ni esperas absurdas. Seguía un curso inapreciable a simple vista, y yo me lo bebía a sorbos, lentamente y con cierta lascivia fingida. No podía, claro está, evitar las miradas incrédulas e inquisitivas de todos esos visitantes que se preguntaban el motivo de encontrar allí a una mujer joven frecuentando un local de semejante calibre. Yo me reía y bajaba la mirada, apuraba el último trago y pedía otra copa. Me desabrochaba un botón de la camisa, me quitaba los pendientes. Lanzaba un suspiro atormentado. Madame Morgana sonreía con los labios, yo adivinaba preocupación en sus ojos. No puedo negar que me gustaba imaginar cómo serían todos aquellos hombres, pero de algo estoy segura: ellos sentían mayor placer imaginando cómo sería yo ante el juego de seducción que allí se procesaba.

sábado, 20 de agosto de 2011

VI

La televisión pública (I)

Debo confesar que últimamente me hallo más crítica que literaria, por lo que ruego que me disculpéis por no subir ningún relato. Llevo días con un pensamiento que no para de rondarme, y estoy segura de que muchos de vosotros lo habréis apreciado en más de una ocasión: ¿Cuál es el grado de influencia de la política sobre la prensa?

Sin duda alguna, el grado es muy elevado. Tanto, que su simple ocultación se hace tan evidente como un secreto a voces. Todos lo conocen, pero nadie hace nada al respecto. ¿Y por qué? La respuesta es clara sabiendo quién tiene el poder para tomar cartas en el asunto.

Podemos hablar de justicia, de realidad, de resignación... pero por mucho que lo hagamos, no llegamos a ninguna parte. Televisión pública y privada, tanto una como otra se posicionan hacia un bando. En el caso de la televisión privada, es algo que todos tenemos asumido, pues es inevitable guste o no; pero en el caso de la televisión pública tocamos un punto mucho más delicado.

Lo primero de todo, al igual que en un ensayo, debemos proceder a definir la palabra público, para asegurar el entero conocimiento del término.

Dentro del contexto tratado, entendemos por público aquello opuesto a lo privado, es decir, para todos los ciudadanos o para gente en general, y aquello del Estado o de sus instituciones o que está controlado por ellos*. Así pues, asumimos que la televisión pública es gestionada por el Estado, pero ello no implica que deba beneficiarlo, sino que debe ser objetiva y neutral en sus difusiones, puesto que es algo que pagamos todos con nuestros impuestos. Y nosotros, como espectadores, merecemos conocer los hechos al detalle.

Esta conclusión tan clara y lógica parece no ser entendida por los altos cargos del gobierno (sean quienes sean según la ocasión). De este modo, nos encontramos que la televisión pública, aquella que mantenemos con nuestros pagos para que nos ofrezca una información veraz y equilibrada, no es más que un instrumento de información subliminal que busca favorecer al partido político del momento. Cada cambio producido dentro del gobierno repercute en la televisión pública (véase el ejemplo de las alteraciones en el Telediario tras cada elección)**, y no debería ser así, puesto que si se nos ofreciese una televisión neutra no deberían acometerse variaciones que pudieran declinar la balanza hacia el lado más beneficioso. ¿Beneficioso para quién?, deberíamos preguntarles. Desde luego, para la audiencia no.

Algunas instituciones como la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España), han denunciado este hecho repetidas veces, sin lograr cambios evidentes, pero ése es un tema que me gustaría tratar más adelante.

¿Qué pensáis vosotros de todo esto?

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*Definiciones sacadas de la RAE
** Un ejemplo de lo que quiero decir: Link 1, Link 2.