lunes, 25 de julio de 2011

V

Recuerdo con nostalgia aquellas mañanas que nos sorprendían acobijados bajo las sábanas, abrazados el uno contra el otro, y aquel instante decisivo en el que despuntaban los primeros rayos del alba y se posaban sobre tus párpados. Arrugabas la nariz y la frente, tratando de disipar la luz y recobrar el sueño perdido, y al final, rendida, acababas por sentarte apoyada contra el cabecero de la cama, y sacudiéndote el pelo me acariciabas con esa enorme sonrisa que sólo el amanecer podía concederte.

−¿Qué prefieres hoy, pastel o helado?- preguntabas, y sin embargo ya conocías mi respuesta.

−No tenemos ni una cosa ni la otra, ¿por qué me lo ofreces?- entonces te reías y me alborotabas el pelo.

−Anda, ya voy yo a preparar el café.

Y nos gastábamos, desprendíamos lentamente con miradas aquella felicidad tan sencilla, tan simple, que se nos antojaba tan fácil como el simple hecho de respirar. Pero la fragilidad de uno y de otro se tornó tan sólida que no supimos afrontarla como hubieran hecho otros incluso menos valientes. Y eso es lo que nos pasaba, pequeña, fuimos tan cobardes que cuando las cosas no se nos presentaron tan ligeras como el respirar, se nos quebró todo aquello que habíamos forjado con tanto cuidado y mimo.

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Siento mucho el abandono temporal que está sufriendo el blog últimamente. Estoy pasando todo este mes de Julio en Oxford y entre que al principio no tenía wi-fi y que después he estado en un constante ir y venir, apenas he tenido tiempo para ponerme frente a la pantalla tranquilamente y escribir. Espero que a partir de la semana que viene todo vuelva un poco a su cauce habitual.