jueves, 30 de junio de 2011

IV

La prensa rosa (I)

Periodismo versus porterismo*. A eso debemos enfrentarnos continuamente todos aquellos que tenemos el propósito de dedicarnos al mundo de la información de una manera seria y profesional. ¿Pero cuál es el punto que delimita una cosa y otra?

Cuando hablo de porterismo, hago referencia a todos aquellos pseudoperiodistas que, dejando a un lado los conocimientos necesarios de derecho que requiere la profesión, no tienen en cuenta la disponibilidad de pruebas sobre las que fomentar sus argumentos y opiniones acerca de los hechos a debatir, ni son capaces de ver cuál es la frontera que, un vez sobrepasada, puede traducirse en falta de respeto e invasión de la intimidad.

Respeto y conocimiento son los dos requisitos fundamentales a la hora de ejercer la labor de forma correcta y sin tacha. Respeto, hacia todos los sujetos que intervienen en el tema a tratar y hacia todos aquellos que pretenden debatir y opinar acerca de ello; conocimiento, sobre aquello que planteamos y exponemos sobre la mesa para poder hablar con propiedad y fundamento.

Sin una cosa u otra, no puede nunca haber buen periodismo. ¿Y qué tenemos a cambio? Supuestos debates que buscan el morbo y el escándalo gracias a su frivolidad y a la poca entereza intelectual que demuestran. Títeres sin clase alguna que se mueven por los hilos de la audiencia, con espectáculos protagonizados por personajillos que carecen de cultura y juegan a periodismo de investigación. Me tomo la libertad de lanzar un humilde comunicado: “Por mucho que digan, eso no es ni será nunca periodismo”. Dudo que tales personajes tengan título alguno; de tenerlo, me pregunto qué estuvieron haciendo durante los cuatro años de carrera. Desde luego, prestar atención en clase, no.
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* La palabra porterismo es una palabra inventada y, por tanto, no reconocida por la RAE. Con ella no pretendo insultar de modo alguno a todos aquellos profesionales que siguen dedicándose hoy día al cuidado de portales de edificios y a su vigilancia para seguridad de todos los que allí residen.

domingo, 26 de junio de 2011

III

Clic para ambientar

Me observabas como el felino que acecha a su presa. Una mirada apenas perceptible que se clavaba por los cuatro costados. Yo bebía mi tercer whisky fingiendo serenidad, pero tus gestos, terriblemente estudiados, desviaban mi atención. Manos blancas y labios carmín, unidos en armonía tras la suave calada al cigarro; luego humo, y el rostro enmarcado en su etéreo movimiento. Eras una película de los años cincuenta sin estrenar. Tu silueta evocaba grandes figuras de la talla de Ava Gardner o Ingrid Bergman. Tenías la sensualidad de una en párpados, labios y caderas, y de la otra la inocencia sutilmente escogida en todos tus ademanes.

Las primeras notas de un saxofón solitario me sorprendieron tratando de adivinar tu edad. Tus ojos decían no más de veinte; su expresión, casi una eternidad, y tus labios se relamían con aires de nínfula. Me sentía como el profesor Humbert, aprisionado por la pícara astucia de Lolita. Había entrado en tu juego mucho antes de conocerlo, y sin embargo, la embriaguez del éxito me consumía hasta los bolsillos. Un juego de miradas sin ases en la manga, apostando con licor las derrotas y ganancias. Cuando quise darme cuenta, te habías acercado lentamente, segura y firme sobre tus pasos de tacón, para decirme las palabras que determinarían el final de nuestra noche: Monsieur, le jazz il se sent mieux à l'intimité.

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A partir de ahora, todos los domingos un relato. 

sábado, 11 de junio de 2011

II


He perdido ya la cuenta del número de veces que me he parado a contemplar todo cuanto me rodea, y al final del proceso siempre llego a la misma conclusión: el mundo está loco. El mundo gira en su órbita y nosotros giramos en su propia locura. Una locura grácil, disparatada, absurda, patética, que se contonea con soltura ante los andares ajetreados de cada uno de nosotros. Señala con el dedo y se ríe, descarada, insolente, porque sabe que maneja a su antojo todo títere viviente. Y no nos damos cuenta.


No pretendo aportar una visión apocalíptica, ni mucho menos, yo siempre me he considerado más bien del grupo de los integrados*, de aquellos que se adaptan a las circunstancias y sacan su partido de ello- ¡Qué remedio!-. Mi propósito es aportar una reflexión global, una reflexión que, si se me permite, clasifico como realista y no pretende engañar ni escandalizar, simplemente exponer e ilustrar las cosas como son.

7000 millones de habitantes en el mundo, y a sus espaldas, una historia repleta de arte, cultura, tradición, guerras, revoluciones y movimientos que cambiaron el curso de las cosas. ¿Qué ha cambiado? Nada. Nos movemos en el presente, en la historia del presente. Con nuestros actos estamos conformando aquello que repercutirá en el futuro, la única diferencia es que los protagonistas no son aquellos personajillos sacados de otra época, somos nosotros. Y no somos conscientes. Nos comportamos como malcriados, somos los niños caprichosos de la historia; lo llaman la Sociedad de la Información, yo lo llamo la Sociedad de la no-formación. Porque terriblemente es así: no estamos formados. 


La sociedad no está formada, no está preparada, se desentiende de todo aquello que se le presenta complejo o problemático. Sólo unos pocos muestran la suficiente capacidad y entereza para encarar las dificultades, pero ¿y el resto?, ¿qué ocurre con el resto? No queremos escuchar sucesos escabrosos porque nos resulta desagradable, no queremos hablar de situaciones críticas porque "es mejor hablar de cosas más alegres", y así vamos. Esquivamos el disgusto y a ver si con un poco de suerte desaparece. Lamento anunciarles, señores, que las cosas no van así. Y lo primero de todo, poner los puntos sobre las íes; y a las cosas, por su nombre, que ya tenemos una edad, ¿o es que acaso llamamos al perro guauguau y al gato miaumiau? Pues con esto lo mismo. Tan sólo se trata de trasladar las viejas enseñanzas a la actualidad y adaptarlas a las circunstancias.

¿Que el mundo está loco?
Pues claro. La propia naturaleza guarda en sí misma esta locura que impregna cada uno de nuestros poros. Nos movemos en el frenesí de un cambio constante: cuando no se trata del clima, se trata de la política, de la vida familiar, de las relaciones y las amistades, del trabajo o las aficiones. Y en esta ebullición del cambio es donde se encuentra ese núcleo de locura disparatada. No es cuestión de evitarla o hacerla desaparecer, el objetivo no es disiparla sino aprender a vivir con ella, adaptarse a ella. Y del mismo modo que el primer homínido se buscó una cueva para adaptarse a los cambios del tiempo, nosotros también debemos encontrar aquella fuerza interna, aquella voluntad, que nos permita adaptarnos a este mundo inconstante regido por una sociedad igual de inconstante y aún primeriza.

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*Véase Umberto Eco, Apocalípticos e integrados. Barcelona: Lumen. 1965


 

viernes, 3 de junio de 2011

I

El periodista no cree, es crítico. Cuestiona el texto, el discurso. Hace doble lectura, interpreta. El texto le ayuda a reafirmar su idea sobre los hechos.
Es indudable el hecho de que toda aquella información que proviene de una persona es, por fortuna o por desgracia, subjetiva. Esta información no tiene por qué no ser veraz, pero sí presenta mayores motivos por los que ser discutida e interpretada desde distintos ángulos. Es aquí donde reside el particular encanto del ser humano.
En los géneros informativos -que no de opinión-, cuyo principal modelo es la noticia, el buen periodista debe tratar de ser lo más transparente posible para ofrecer la información tal y como es, sin ninguna clase de alteración que pueda profanarla. Esta visión, sin embargo, debemos calificarla de utópica, puesto que, pese a ideal, es imposible; la información siempre se muestra sesgada, de un modo u otro, por mucho que nos pese.
Pongamos por ejemplo la visión de un niño, considerado por opinión popular el sujeto más inocente de la sociedad. Esta visión ya nace alterada en un campo de percepción personal que se encamina hacia uno u otro sentido según el resultado más conveniente. Teniendo en cuenta que este hecho evoluciona en decadencia a medida que avanzamos en edad, ¿cómo podemos esperar que realmente los medios ofrezcan una visión limpia, neutra e imparcial?
El uso de ciertos verbos, de adjetivos calificativos, la elección del objeto temático... son algunos de los factores que impiden la plena objetividad a la hora de transmitir un mensaje que, en este preciso caso, pretende ser noticioso y tener cierta repercusión en la sociedad.
La neutralidad y la imparcialidad pocas veces forman parte de los objetivos perseguidos por los periodistas.
Muchos medios venden la garantía de objetividad, cuando en realidad estafan a sus lectores, oyentes, o a su público, en general. A diario vemos cómo estos se posicionan acercándose cada vez más hacia aquellas ideologías que persiguen, sin tener en cuenta que muchos observadores ya se han cansado de este interminable tira y afloja que se llevan todos entre manos. Parecen haberse olvidado de aquellos férreos y nobles principios en los que se rige el buen periodismo, centrándose únicamente en su éxito personal y en sus frutos como líderes de opinión. Me apena, a decir verdad, que esto sea así, puesto que sólo aquellos que se mantengan al margen de esta corriente y se muestren firmes en la idea de profesionalidad lograrán el cambio necesario que nos aleje del eterno tedio- l'ennui, en pluma de Baudelaire-.